Tulsa, Oklahoma, 12 de junio de 2007. Dos días antes de la fecha prevista, los operarios ganan tiempo moviendo la gran losa que cubre a Mrs. Belvedere. Y cuando la retiran… ¡ni rastro del coche! Bueno, para ser más exactos, en el lugar donde debería estar hay 8.000 litros de aguas estancadas con, se supone, la joya automovilística del 57 en el interior de la devastadora piscina. La explicación es tan sencilla como sorprendentemente decepcionante: los técnicos construyeron un refugio a prueba de bombas nucleares… pero no de aguas subterráneas.
Dos días después, es decir, transcurridos cincuenta años de su entierro y tras bombear parcialmente el agua de la fosa, el Plymouth Belvedere, aún cubierto por lo que queda de su envoltorio de plástico, es sacado gracias a una enorme grúa, emergiendo por fin de su cripta. Todavía no se sabe qué ha pasado realmente en el interior de ese plástico que mantiene la silueta de un vehículo pero que puede que tan sólo sea eso, una forma sin contenido.
Lo que parece seguir siendo un Belvedere es trasladado al Centro de Convenciones de la ciudad. Allí, una vez despojado de los materiales protectores, los ciudadanos pueden apreciar que el esplendor del Plymouth ha quedado completamente arrasado. Salvo la estructura, nada queda de ese vehículo elegido para ir al futuro por ser “un producto genuino de la industria americana, que aún mantendrá su estilo dentro de 50 años”.
Aunque corroído aún mantiene su estampa, y pese a su encierro bajo el agua los neumáticos todavía tienen en su interior el aire de Tulsa en el año 57. De su interior, restos y formas de lo que un día llegó a ser la preferencia de sus posibles compradores. El motor y demás componentes mecánicos no volverán a moverse nunca. Los cromados y emblemas de la marca son los que han resistido mejor el paso del tiempo: Ellos fueron los únicos que posteriormente recuperaron una minima parte del lustre perdido.